Habrá quien tuerza el gesto ante este título, quien crea aún en la intrínseca bondad de las “cosas tal cual son”. Pero miremos alrededor: en Bangladesh, en el derrumbe de un gigantesco edificio que albergaba numerosas fábricas de ropa (de esa que “está de moda” en cualquier país occidental), murieron mil doscientos proletarios y proletarias, explotados y malpagados, atados a la cadena del único modo de producción, en la búsqueda despiadada de beneficios; en Siria, día tras día, continúa la matanza de la población proletaria y proletarizada, en una guerra en la que están implicados e interesados los principales imperialismos, todos ellos extrayendo beneficio de las ventas legales o ilegales de armas de todo tipo.
¿Queremos continuar la lista de masacres cotidianas, con cifras de muertes violentas que hacen estremecerse, bajo cualquier cielo y en cualquier forma? Las guerras disputadas entre ladrones imperialistas, con sus bandas alineadas de una y otra parte; la guerra del Capital contra el proletariado, sus condiciones de vida y de trabajo, su misma existencia, entre muertos por accidentes laborales, envenenamientos progresivos, el agotamiento cotidiano de hombres, mujeres y niños por la extracción de la plusvalía; la “guerra de baja intensidad”, fruto del malestar individual y colectivo, de la locura y de la frustración, del ansia enfermiza de opresión (violencia doméstica sobre mujeres y niños, daños en la escuela o por las carreteras, el abandono en que se ven sumidos los ancianos, los enfermos, aquellos que ya no sirven para el proceso productivo)… Y no hablamos del desastre ambiental: también una guerra llevada con todas las armas imaginables. ¿Qué es esto, sino una destrucción generalizada contra la que solo la obtusa insensibilidad producida por los narcóticos políticos y religiosos impiden sublevarse?
Si, el capitalismo es el sistema de la destrucción generalizada. Y no es ninguna novedad: basta con abrir El Capital de Marx (leerlo y asimilarlo como arma de crítica y de lucha) para tener una impresionante demostración de esta realidad incontrovertible, en el período de mas de dos siglos de dominio burgués. Y ahora, tras esta destrucción, se prepara otra mucho mas devastadora.
Amplias zonas del mundo se han convertido con el tiempo en áreas críticas: la franja del Maghreb-Mashrek, de Túnez al Medio Oriente, hasta Irán; la que une a Afganistán con la península indochina, a través de la India; las costas que rodean el Mar del Japón, del Mar amarillo y el Mar de la China Oriental; la franja subsahariana y centroafricana. Aquí, o están en curso guerras regionales desde hace muchos años, en las que todos los imperialismos están involucrados de formas más o menos directas, más o menos mediadas, o bien se acumulan tensiones y fricciones que podrían llevar al punto de ruptura a unos equilibrios frágiles e inestables. Es el legado de dos guerras mundiales, con el rediseño del planeta por las potencias beligerantes y victoriosas; es el legado del capitalismo en su fase imperialista, la misma que expresa a su máxima potencia la destructividad, la agresividad, la violencia propia de este modo de producción desde sus inicios (¿debemos recordar el genocidio irlandés, el indio, el de los pueblos africanos, el de los nativos americanos?)
Lo hemos recordado en el editorial del pasado número de este periódico: los comunistas no demonizamos el capitalismo; hemos reconocido sus méritos históricos, en el necesario paso del Medievo a la denominada “Edad Moderna”. Pero recordamos y demostramos con los datos en la mano que su agonía (porque de esto se trata, no de los dolores del parto, sino de los tormentos del fin) está destinada a corromper todo: en la economía, en la sociedad, en la vida material, en la cultura. Lo que se prepara, mientras se extiende y se agrava la crisis económica (crisis de sobreproducción de mercancías y capitales y por tanto inherente al capitalismo), es un estadio ulterior de esta destrucción generalizada. Lo que se prepara es un nuevo conflicto mundial: no ya regional, ni circunscrito a alguna lejana zona de la que solo llegan (como un macabro boletín) las cifras de los muertos en bombardeos, atentados, ametrallamientos, gaseamientos, fusilamientos, estragos y demás, en la deliciosa casuística de las técnicas de destrucción inventadas por la industria capitalista de armamentos, la única que “tira” realmente en épocas de crisis. Una nueva matanza, que tendrá otra vez como víctima principal al proletariado, como en la Primera y en la Segunda guerra mundial. Será entonces cuando se pase de la destrucción generalizada a la destrucción total, en la esperanza después (si la destrucción no supera un cierto límite insuperable paciencia para la especie humana) de reconstruir y, con la reconstrucción, hacer muy buenos negocios, como tras la Primera y la Segunda guerra mundial.
El proletariado de todo el mundo debe prepararse para ello. Es la única fuerza capaz de impedir una tercera matanza mundial. Debe prepararse para ello, volviendo hoy a luchar para defenderse de los ataques del enemigo y, gracias a esta lucha de defensa, preparar la organización para atacarlo y abatirlo, antes de que sea demasiado tarde. Tarea de los comunistas es la dirección de estas luchas desde el plano de la defensa (indispensable) al del ataque (cuando las condiciones objetivas y subjetivas estén maduras).
Pero también es urgente que vuelvan a difundirse entre los proletarios de vanguardia el auténtico significado y la práctica concreta del derrotismo revolucionario. Esto hoy quiere decir oponerse a cualquier chantaje económico y social por parte del Capital y de su Estado, y de los partidos políticos y de los “sindicatos del régimen” que son su instrumento y soporte; rechazar toda petición de sacrificio en nombre de la las “necesidades superiores de la economía nacional”; no ceder a las ilusiones de que el Estado del Capital es el “estado de todos”; combatir abiertamente, sin dudas ni vacilación todo intento de dividir el frente de clase mediante separaciones raciales o nacionales; prepararse para el boicot de todo esfuerzo bélico de la propia burguesía y rechazar la movilización en defensa de la Nación como “bien supremo” a defender contra “el enemigo”; resistir a toda tentación de alinearse preferentemente con uno de los dos bandos en guerra, como, inevitablemente, invitarán a hacer, en el momento oportuno, pacifistas de diversa naturaleza y “antiimperialistas” de una sola dirección.
Ni de una parte ni de la otra, sino de nuestra parte, de parte de los intereses propios inmediatos e históricos: esta debe ser la consigna para el proletariado mundial, en las luchas cotidianas que dirige y ante las tempestades que se preparan. Los comunistas combatimos, día tras día, para que esta consigna llegue a ser una conquista decisiva y definitiva, la bandera en torno a la cual reunirse para pasar al ataque.
Partido Comunista Internacional