El nuevo año se abre con mayores y mas graves sobresaltos del modo de producción capitalista: descenso imparable de los precios del petróleo y de las materias primas, altibajos vertiginosos en las divisas internacionales, permanente inestabilidad griega, dificultades de la economía rusa, ralentización de la china y de la alemana, caída en vertical de los mercados bursátiles mundiales, deflación en marcha por doquier, desempleo extendido entre altibajos.
La guerra comercial se hace cada vez más frenética, los choques inter-imperialistas se hacen mas decididos y, desde los Estados Unidos a Francia, desde Italia a Alemania, se extiende la disgregación social.
Las guerras en disputa, combatidas de forma directa o por otros interpuestos por los mas potentes capitalismos en su desesperada búsqueda de oxígeno, se encienden en una media luna que abarca una buena parte del mundo, desde el centro de África hasta el Asia Meridional, mientras las tensiones geoestratégicas continúan o comienzan a dar nuevos perfiles áreas claves del planeta, de las costas mediterráneas a las del Pacífico asiático. Al frente de todo ello, la degradación de la política y de la ideología burguesa ó pequeño-burguesa, de cualquier color u origen que sea, de tipo laica o religiosa, de derecha o de “izquierda”, liberal o estatista, reformista o fundamentalista, es abismal. Se va desde un renovado clamor convocando a una “guerra de civilizaciones” a balidos llamando a un “buen gobierno internacional”: mientras, las contradicciones se acumulan y agudizan, explotan aquí y allá en erupciones que son simples y momentáneas válvulas de escape de la energía destructiva que se hincha en las profundidades.
Luego ha llegado los atentados de París. La palabra que mas ha resonado en estos acontecimientos ha sido, no por casualidad, “unidad”. “Unidad de todos los ciudadanos contra el enemigo común”: este es el concepto central de los discursos públicos, de los políticos y de los comentaristas, de los intelectuales y otros cantores de la ideología dominante en todas sus variantes. Y sobre esta “llamada a la unidad” merece la pena detenerse. Nunca nos ha interesado la práctica masturbatoria del “complotismo”: especular con que detrás de los atentados de París esté el califa tal ó cual, o esta o aquella facción burguesa en lucha con las demás, o alguna otra oscura trama terrorista, tal vez con indicios estatales, no nos interesa nada. Es un hecho que las guerras mas o menos locales o regionales por el control de las fuentes energéticas, preludios y partes integrantes de los choques inter-imperialistas actuales o futuros no pueden dejar de tener repercusiones en cualquier lugar, tanto en aquellos países directamente implicados como en aquellos que participan de manera mas marginal: y no hay duda de que el capital francés (como todos los capitales nacionales) tiene las manos metidas en numerosas zonas cruciales, y que son manosabundantemente ensangrentadas.
Lo que nos interesa, por el contrario, es la reacción ideológica y política a la consigna de la “unidad”, porque en ella encontramos el eco claro y fuerte de aquella “unión sagrada” invocada y practicada en los albores de las dos matanzas mundiales del pasado siglo, consigna necesaria para enviar a la masacre a millones de proletarios en todo el mundo con el objetivo de recuperar a la economía capitalista de su crisis endémica. De la misma y exacta manera que las condiciones objetivas para un nuevo conflicto bélico se preparan en el fondo del modo de producción capitalista, en el corazón de su economía basada en la competición de todos contra todos, basada en la producción por la producción, en la alocada extracción de plusvalía, en el desesperado intento de enderezar la caída tendencial de la tasa media de beneficio, de la misma manera se perfila de forma cada vez mas precisa, en las reacciones políticas y mediáticas, la urgencia de la preparación ideológica para ese conflicto: la unidad interclasista, la identificación del enemigo, la llamada a la ciudadanía nacional, la imposición de la paz social a favor del futuro esfuerzo bélico colectivo.
Contra estapreparación ideológica para el conflicto, que es una práctica lenta, intoxicadora y devastadora, guarnecida de un equívoco pacifismo, de retórica patriótica y de indignación moral, capaz de aprovechar cualquier suceso (¡cuando no de prepararlo!), los comunistas tenemos que luchar desde ahora, indicando a los proletarios que sufren y sufrirán cada vez más las consecuencias materiales de la crisis económica la urgencia opuestade preparar, en el derrotismo de hoy, en tiempo de paz, el derrotismo de mañana, en tiempo de guerra. Lo que quiere decir NO a la “unión sagrada” en todas sus variantes, laicas o religiosas; NO a la ruptura entre proletarios en función de diferentes líneas religiosas, culturales, nacionales; NO a al respeto a las exigencias superiores del Estado, de la Nación, de la Patria; NO a la subordinación de la defensa de las condiciones de vida y laborales a la necesidad primaria de la “lucha común contra el Enemigo”, cualquiera que sea ese: hoy, el fundamentalismo islámico; mañana, las Naciones canallas.
Nuestra unidad es unaunidad de clase. Es la unidad de los proletarios en lucha, contra las divisiones y las barreras étnicas, religiosas, nacionales, que etiquetan, aprisionan y mutilan a nuestra clase. Es unidad contra la economía capitalista y el Estado que la gestiona y la defiende política y militarmente. Somos muy conscientes de que esta unidad encuentra dificultades para surgir, aplastada por el peso de una sociedad en putrefacción, y que el Capital tiene aún muchas facilidades para dividir y gobernar, para dividir y oprimir. Pero es preciso trabajar para estaunidad de clase, y solamente los comunistas, organizados en el partido revolucionario con su multisecular bagaje de defensa de la teoría y de experiencias prácticas en el seno de las luchas proletarias, lo podemos hacer. Es un trabajo duro, totalmente contracorriente, todavía minoritario y poco visible, escaso en éxitos inmediatos. Peroes un trabajo necesario, irrenunciable. Sin él, son estetrabajo preparatorio de la unidad de clase, la disgregación del mundo burgués tendrá lugar a mayores velocidades y la brutalidad brotará imparable de cada poro, hasta la violencia suprema de la guerra entre Estados, con su carga de sufrimientos sin fin, de obscenos estragos sanguinarios.
8 enero de 2015