En las metrópolis de los Estados más antiguos, así como en las de los Estados más jóvenes y en las periferias de todo el mundo capitalista, las condiciones económicas, de vida y de trabajo de los proletarios asalariados (y, alternativamente, de las clases medias en declive y de los masas proletarizadas) continúan agravándose: aumentos generalizados de los bienes energéticos y de primera necesidad (incluido el costo de la vivienda), inflación galopante (hija mayor de la “política financiera” de los bancos estatales que continúan pagando y prestando dinero, sin que esto sin embargo logre generar capital y plusvalía suficientes para elevar la tasa media de ganancia).
En todas partes, la reestructuración de las empresas económicas (multinacionales, de propiedad individual o familiar, cooperativas, estatales, nacionalizadas o de cualquier otra denominación social), inducida por la imparable crisis de sobreproducción, genera cada vez más trabajadores desocupados y precarios, junto con un aumento cada vez más insostenible delritmo de trabajo, la primera y única causa de la asombrosa multiplicación de homicidios, lesiones traumáticas graves y enfermedades en el lugar de trabajo. Y de nada sirven los irrisorios aumentos salariales de las renovaciones de contratos, que también están vinculados a la llamada productividad.
Dos años y más de “crisis sanitaria” sólo han enmascarado y agravado la irreversibilidad de esta crisis. La perversa y criminal gestión de la “pandemia” ha demostrado que el “bienestar de los ciudadanos” es el último de los objetivos de los Estados burgueses, a menos que saquen provecho de las enfermedades y de su gestión, ya sea en la hipócrita forma “pública” o en la más cínica forma “privada”: con los medicamentos (incluidos los homeopáticos y fitoterapéuticos), con las vacunas (de vieja y nueva tecnología), con las pruebas y dispositivos diagnósticos y terapéuticos, con la transformación de las clínicas en “empresas hospitalarias” (verdaderas industrias médico-quirúrgicas en las que prevalece la alienante y rígida división del trabajo, incluida la precariedad, la subcontratación, etc.), con instituciones para el cuidado más o menos asistido de los “viejos” y los “enfermos crónicos”. Recurriendo a la coartada de la “salud pública” en la gestión social de la emergencia, con una sucesión de imposiciones que van de lo extravagante a lo autoritario, y sobre todo limitando y regulando aún más el “derecho de huelga” y las manifestaciones y reuniones públicas, los Estados han reforzado (más y mejor de lo que lo hicieron para “controlar” el llamado “terrorismo islámico”) las estructuras represivas y de control político para “acostumbrar” a la población (pero en primer lugar a nuestra descalificada clase obrera) a un “estado de emergencia y de unidad nacional” que, en el clima de preparación de la guerra, frene al máximo cualquier intento de resistencia, contraste, rebelión y organización antagónica al empeoramiento general de las condiciones de vida y de trabajo.
La crisis también acelera la dinámica belicista típica del modo de producción capitalista. Desde el final de la segunda matanza mundial, las guerras imperialistas, las que sirven a tal ocual Estado para robar materias primas y controlar sus flujos, para exportar capitales, para conquistar mercados y tajadas de mercados, para someter a las masas proletarias y proletarizadas, no han cesado nunca, incluso trastocando las luchas de liberación de la dominación del viejo imperialismo colonial. Los llamados organismos internacionales (ONU, OTAN, UE, OCDE, OMC, etc.) no son más que “pactos entre mafiosos” para sancionar y garantizar la partición mientras no cambie el equilibrio de poder entre las potencias dominantes. Cuanto más se profundiza la crisis, menos eficaces se vuelven las contratendencias desplegadas por todos los Estados, más se hacen necesarios los enfrentamientos con nuevas alianzas, y se abre así el camino a la guerra interimperialista, laque se aproxima cada vez más rápidamente y de la que los acontecimientos de los Balcanes,Oriente Medio, África, el Cáucaso, para terminar con los de Ucrania, no son más que cruelesadvertencias.
Toda guerra ha tenido, tiene y seguirá teniendo, su cobertura ideológica, el pretexto para empujar a masacrar (activa y pasivamente) a nuestros hermanos de clase atrapados por el Estado burgués (que es y sigue siendo el capitalista colectivo y cuyo gobierno es sólo y siempre un comité empresarial burgués) en la jaula de la “Unidad nacional”, de la “Patria” con sus múltiples epítetos (socialista, democrática, depósito de civilización, pueblo elegido...), contra tal o cual “enemigo”. Lo que está ocurriendo en Ucrania es la demostración más evidente y dramática de ello: un paso más hacia una nueva guerra generalizada, un nuevo matadero de proporciones mundiales.
Todo esto nos lleva a la parte más difícil de toda la historia: como siempre, hay mucho que hacer, pero ¿qué y cómo? En primer lugar, tenemos que despejar el campo de la esperanza de que la sola acción generada por el precipitado y generalizado empeoramiento de nuestras condiciones de vida y supervivencia, el agotamiento de las escasas reservas y la erosión de las garantías reformistas (o incluso la propia guerra) generará mecánicamente una reacción de revuelta política: nuestra clase ha sufrido y sigue sufriendo las sugestiones reaccionarias de décadas y décadas de medidas democrático-nazis-fascistas-estalinistas (y post-estalinistas), nacidas de la destrucción sistemática de sus organizaciones revolucionarias y alimentadas por las migajas arrancadas laboriosamente a la lucha sindical ordinaria. Y por eso todavía hay muchos llamados reformistas que, con la complicidad activa de los sindicatos oficiales cada vez más integrados en el Estado, engañan a la mayoría de nuestros hermanos de clase haciéndoles creer que todavía hay algo que mejorar y ganar remando de espaldas para mantener el barco capitalista en marcha: las instituciones electorales, la democracia económica, las prácticas antiproletarias y „nacionales“ de los sindicatos oficiales, la “cultura”, la “civilización”, el indistinto “interés del pueblo” frente a los apetitos codiciosos de los especuladores de siempre, el Estado del bienestar, la redistribución de la renta con impuestos sobre la riqueza...
El camino de la recuperación será doloroso y agotador, pero no hay alternativa porque sólo nuestra clase obrera tiene la posibilidad y (en el futuro) la capacidad social y política de acabar con la inmunda sociedad del Capital, si se organiza y lucha primero por su propia supervivencia y luego, consecuentemente, por eliminar el poder belicista de la burguesía capitalista.
Retomar el camino de las huelgas que golpean el corazón de los intereses burgueses, interrumpiendo la producción de la riqueza capitalista; el camino que pasa por el bloqueo de los barrios proletarios junto con cualquier otra práctica de ruptura de la supuesta “paz social”.
Retomar el camino de la lucha política independiente, opuesta y enemiga de todos lospartidos e instituciones del Estado, de todos los Estados.
Fortalecer y aglutinar en un Partido Comunista extendido y arraigado en todo el mundo, un instrumento, un arma, un órgano indispensable para preparar el derrocamiento de la dictadura de la burguesía y de sus siervos reformistas, para dirigir el proceso revolucionario en la constitución de nuestra clase en la clase dominante, para dirigir los órganos de su dominación (fase necesaria pero transitoria de la dictadura del proletariado), una dominación necesaria para acabar definitivamente con todas las sociedades articuladas sobre la propiedad privada de la tierra y de las fuerzas productivas y sobre la más despiadada y alienante división social del trabajo.
A esta lucha, a este trabajo, os llaman los camaradas del Partido Comunista Internacional.